lunes, 2 de febrero de 2009

ESTAMOS AQUI.-



CAPÍTULO I.-


Todavía estás en mi corazón como el día que te traje al mundo. Hoy ya hace un año, hijo mío, que con la camisa blanca que llevabas puesta desapareciste de mi lado; con la camisa nueva que habías estrenado ese mismísimo domingo.
¿Es que no sabían que tú también tienes madre y que yo tengo sentimientos? Pero no; dijeron que te llevaban, y que te llevaban porque sí, y vete tú a protestar ahora, cuando hace ya un año que te mancharon la camisa blanca de domingo.
Y qué va a ser de mí sin tí, con tu padre como está y con esta criatura todavía por criar... y yo, ya ves, sin tí, hijo mío.
¡La madre que los parió!, la de veces que me he acordado de ella. Pero qué salvajes, Dios mío. Te agarraron entre dos, uno por cada brazo y a la camioneta, sin más monsergas.
¡La madre que los parió! Un día los tenía que tener frente a mí, uno a uno; les iba a arrancar los ojos. Te lo juro, hijo, se los arrancaba sin pensarlo dos veces, con mis propias manos. Atajo de cobardes, asesinos de mierda. ¡Dios, qué asco les tengo!

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- Se dice que la cosa anda más que fastidiada por la capital. Que los rojos lo mismo vuelven por aquí a darnos guerra.
- Como andes haciéndote caso de lo que se anda diciendo, estás tu apañado. No hay que hacer caso de esas habladurías de la gente.
- Ya claro, Venancio, eso se dice muy fácil pero como vengan, a ver si se lía, o no se lía.
- Que no hombre que no, descuida. Estamos seguros de que la capital es nacional y no nos la van a quitar. Vamos hombre, que ni tan siquiera lo van a intentar.
- Dios te oiga.
- Dios está con nosotros. Por eso vamos a ganar la guerra. No va a dar su apoyo ni su bendición a los que se han dedicado a quemar iglesias.
- Bueno, también hay en el ejército republicano gentes de bien, de misa diaria. Ya lo sabes.
- Mejor será que no hables bien de los rojos, ni de los que se lo merezcan. No te vayan a confundir con uno de ellos. Al enemigo ni agua.
- Pero contigo tengo confianza, ¿o no, Venancio?
- ¿Tu de qué lado estás?
- La duda ofende...
- Así me gusta, que tengas las ideas claras.
- Siempre las he tenido.
- Como yo, que me barrunto que me voy a apuntar a la Falange de José Antonio, porque me gusta lo que dicen y lo que defienden. Para mí España es lo primero.
- A mi es que la política... Venancio.
- La Falange no es política, amigo, es patriotismo y lealtad a Dios, a la Justicia y a la Patria, a España.
- Ya, claro... visto así...
- ¿Qué?
- Pues que tienes toda la razón en lo que dices.

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¿Sabe una cosa padre?, esto es una mierda. Sí, es que una va a perder hasta la fe, porque con la de cosas que me han pasado ya, como para no perderla. Si es que no es para menos. ¿A ver, por qué me van a matar a mi Marcos?. ¿Qué ha hecho el pobre, a quién ha matado él?. ¿Dónde está la justicia?. ¿Dónde está Dios para que me lo salve?
Mire padre, yo no sé si usted es de los unos o de los otros, pero creo que me va a guardar el secreto de confesión, porque de usted al menos lo que sé es que es un buen cura.
Estos días no hago nada más que alegrarme de que esos jodidos fascistas se mueran de hambre en el frente. Son unos desgraciados que van matando a diestro y siniestro, sin fijarse en nada ni en nadie. ¡La madre que los trajo...!
Perdóneme padre, sí ya sé que no debo decir todas estas cosas, ni alterarme en el confesionario, pero a ver cómo coños quiere que esté. Demasiado es que no me haya dado todavía por llorar delante de usted, y eso es porque ya me tiré yo toda la noche llorando y ya no me quedan ni lágrimas, ni ganas de llorar.
Puede usted imaginarse como estoy, ¡Dios mío, qué desgraciada soy, qué desgraciada! Si es que no tenía una que haber nacido. Ya, ya sé que eso no se puede decir, que es pecado desear la propia muerte, pero déjeme usted por lo menos que me desahogue, ¡coña!

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No, por supuesto que no; lo recuerdo perfectamente; tenía pantalón negro. No era verde. Estuvo mirando aquel escaparate y luego le dispararon tres tiros, pam, pam, pam, o tal vez cuatro.
No se cayó de repente, incluso parecía que no le hubieran dado porque siguió mirando el escaparate que, por cierto, estaba hecho añicos, dio media vuelta y, zas, nada más dar dos pasos, se desplomó y se cayó de bruces al suelo, muerto. Menuda leche se arreó con la cabeza contra el suelo el tío.
Vino la Guardia, rodearon la zona con sogas. La gente se apelotonaba curioseando y contando fantasías. Tú dirás lo que quieras, pero el pantalón era negro, tan negro como este trapo que tengo aquí.
¿No le conocías, verdad?, yo tampoco, sólo me sonaba la cara, solía verle por esta calle de vez en cuando y se paraba a mirar escaparates. Dicen que era un bicho raro, que andaba metido en líos de prostitutas y en la cosa de venta de pistolas; que si aquella muerte era un ajuste de cuentas o alguna venganza, no sé.
Al día siguiente salió en todos los periódicos, y hasta en la radio, lo que no salió fue el pantalón, no se veía nada más que la cabeza del muerto, tan normalita, como si estuviera dormido. Los asesinos le dispararon al pecho, por eso no tenía la cara manchada de sangre. Creo que se quedó con los ojos abiertos y todo. Ya ves tu, como si estuviera vivo.
Claro que la Guardia vino para interrogarme, y les conté lo que había visto, que no fue mucho, porque los disparos los oí, al asesinado le vi desplomarse, pero lo que no sé es de dónde le vinieron los tiros. Lo que sí que les dije es cómo iba vestido el muerto, y el pantalón era negro ¿sabes?, negro como el carbón. De eso sí que estoy completamente seguro.


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- ¿Qué estas haciendo tan callado a estas horas de la noche, Carlos?
- Escribo y me vuelvo loco.
- ¿Y qué escribes; si no hay casi luz...?
- Cosas mías, Marcos. No necesito luz para escribir.
- ¿Me lo lees, o me dejas que lo lea yo?
- Venga, te lo leo; tu sólo escucha y no te rías, que no estoy yo para risas:

“Rogaría a las estrellas que no bajaran a mirarme cuando estoy borracho, porque su luz me haría enloquecer de temor, cuando mis ojos, casi cerrados por el sueño, fueran esculpidos por la luz y el calor.
No hay modo de entender a la miseria, no hay modo de echarle la culpa al amor o al viento. En el lamento de la oscura profundidad de una caverna inmensa, siempre surge la luz una mañana cualquiera, y asoma su brillo hasta el confín último por el que el rayo mínimo o el haz inmenso, penetren para llegar al suelo de barro.
Pienso cómo me voy a envolver en esa espesa niebla, cómo las extrañas garras del tiempo habrán caído sobre mi cuello para agotar su espacio, cómo mis manos permanecerán inmóviles, junto al pecho, casi cruzadas, cuando entonces ya esté completamente muerto.
El tiempo es tan arduo que me desespera su existencia, me acaba; zumba en lo más profundo de mis oídos y parece que quisiera acabar reventándome los tímpanos.
Quizá hasta sea feliz en el momento en el que una ráfaga de Nada cubra mis ojos y me vea transportado por el vacío, flotando hasta el infinito de mi mismo, hasta el límite de todo lo que soy.
Sueño con mi orbitar incierto, con mil giros y vueltas a través del absurdo, viajando inconscientemente a través del tiempo no transcurrido, del tiempo que nunca jamás volverá a existir para mí ya. Incluso me parece que ya no hay tiempo, que el “pienso cómo me voy a envolver en esa espesa niebla” y el “incluso me parece que no haya tiempo” son un ahora, un presente constante, impertérrito, imperecedero, único, total.
El tiempo no pasa porque siempre es presente.
No se trata de entender lo que digo, sino de sentir ese dolor en tus propias venas. De llegar a sentir como si la sangre fluyera con lentitud, como si fuera más espesa; como si el corazón apenas latiera por culpa de un peso invisible que me oprime el tórax.
Es difícil describir cómo se siente uno cuando sabe que, más pronto o más tarde, va a hallarse sumido en esa larga tiniebla de incertidumbre y de horror. Me gustaría, por ahora, poder volar con mis recuerdos, para perderme en la infinitud de los mares de sombras que tengo”.

- Carlos, me ha gustado oírte porque es muy bonito lo que escribes, pero su contenido, lo que dice, me da pena. Deberías animarte, sería mejor para ti.
- ¿Por qué será tan difícil dormir cuando la muerte me espera?
- Por miedo; el miedo produce insomnio.
- Tú no sabes nada de mí y sin embargo, me escuchas como si fuéramos amigos de toda la vida. Me quieres comprender, me das ánimos y dices que esto no importa. Tú mismo vas a morir a mi lado y dices que no importa. Entonces, ¿qué es lo que importa?
- Creo que me has contagiado tu miedo, Carlos.
- Sigo hablando solo mientras mi compañero de celda duerme sobre un jergón de lana sucia. La noche está plagada de estrellas y la luna nueva no se ve en el cielo. Para mí todo es niebla densa y húmeda mojándome los párpados al pestañear; humedad retenida en los cabellos, que se puede atrapar con la mano. En realidad esta noche no es sino una noche más de un día cualquiera, como muchos otros. ¿Sigues despierto, Marcos?
- Sí, es que me parece como que no puedo moverme, ¿será el miedo?
- No, son las ganas de vivir.
- Qué más dará; el miedo o las ganas de vivir, da lo mismo. Si tengo miedo, si me siento pesado, incapaz de moverme, es porque tengo ganas de vivir.
- ¿Aunque sea toda la vida en esta celda asquerosa?
- Lo que importa es vivir, qué más da dónde, otros pasan hambre y calor; el caso es estar vivo.
- Probablemente eso no lo sea todo, hay otra cosa más.
- Sí, ya lo sé; la libertad.
- Dejemos de soñar..., es mejor tratar de conciliar el sueño.