miércoles, 6 de julio de 2011

EL PADRE SIXTO


 
-PRÓLOGO-

 
Aquella extraña y sórdida mañana de junio parecía que el sol tuviera el tozudo empeño de surgir como fuera, entre las nubes que acababan de dejar un suave manto de húmedo frescor en el ambiente, y que parecían tener la voluntad firme de quedarse donde estaban: cubriendo el cielo, negándole la victoria al Astro Rey.

El agua de la lluvia había estado cayendo de forma leve pero insistente, colándose en el paisaje estepario como una cortina blanquecina de hermosa seda casi transparente, a veces ligeramente tupida, que lo impregnaba todo con su cándida perseverancia hecha de una languidez particularmente poética, a la vez que melancólica, que evoca la persistente lluvia caída durante horas de forma suave pero constante.

El día que había comenzado gris desde la madrugada hasta el alba, supo tornarse blanco y volverse azul al abrazar las primeras horas de la tarde, regalando a los viandantes la agradable sensación de respirar un aire completamente puro, limpio y eso a pesar de la creciente polución producida por los humos de las fábricas, de las últimas calefacciones (algunas todavía de madera y de carbón), de los automóviles implacables en su ir y venir, y de un sinfín de chimeneas de las que salían largos y constantes haces de misterio, parduscos e informes que habían de recorrer el cielo sin destino definido, sin un peso mensurable, hasta perderse y difuminarse desintegrándose en la inmensidad de la atmósfera que, a pesar de no se llegarse a ver, se iba ensuciando con ese humo que terminó convertido en millones de microscópicas partículas lejanas cada vez más distantes entre sí, que poco antes viajaron juntas en un vuelo lento y espaciado, formando una columna amorfa de aire espeso, unas veces gris otras quizá blanco, amarillento en ocasiones, siempre ocre al pasar por la boca cuando era respirado.


Le gustaba caminar a solas, disfrutando de la sensación que produce inhalar el aire puro, deleitándose en el regocijante empeño de abrir los pulmones para dejar que se llenen de ese frescor que permite sentirlos más amplios, como si tuvieran más capacidad para recoger el aire purificado por la lluvia matinal; un aire que transitaba mucho mejor así de limpio desde la nariz hasta los pulmones, como un gratísimo regalo: el padre Sixto.



Así que, del modo que se había presentado el día, concluida la insistente de lluvia poco antes, todo invitaba a dar un largo paseo. Poder disfrutar del acto, a veces inconsciente, de respirar como pocas veces, y sentirse henchido de una nueva energía que quería emplear recorriendo campos de yerba y pinares húmedos, como si la fatiga no existiera y el cansancio se hubiera perdido en el recóndito mundo del Olvido, en el que sin quererlo se pierden tantas cosas: el padre Zacarías.



No tenía que trabajar por la mañana y se adentró, sin apenas pensarlo, en una ruta plácida, recorrida a pie, que no planeó, que dejó que fuera obra de su intuición hecha verdadera fruición; que se fue construyendo a sí misma, cruzando calles primero, atravesando senderos después, y paseando por riberas de arroyuelos, poco más tarde: Javier.


El mes de junio había comenzado triste y fresco, casi otoñal, pero con el aire más puro que de costumbre sin que eso hubiera de ser presagio de nada en particular.

El sol que aquella mañana no había logrado vencer al manto de nubes, ya por la tarde secaba con dedicado empeño los charcos que surgieron desde la noche y calentaba con generosidad toda la ciudad y sus alrededores. Bastaba una leve camisa para pasear por la calle a gusto sin que se precisara llevar más ropa encima.


En sus vidas ya nada sería igual, porque ya nada podía seguir siendo lo mismo. Cuando muere un ser querido, y sobre todo si la muerte es asaz absurda y asaz violenta, todos mueren también, siquiera un poco, con la persona amada que se ha ido, y dejan de ser quienes eran para convertirse en reflejo de diversos aspectos del espectro de quien ha sido quitado del medio sin causa, sin que nadie lo entienda ni lo pueda soportar cada vez que lo recuerda: constantemente.