Después del mediodía, cuando todos los que tienen la oportunidad de hacerlo, han terminado la comida, comienza la tarde envuelta en el silencio de la siesta. La ciudad se para por completo y espera a que sus gentes se desperecen y retomen sus labores vespertinas. Hasta los pájaros y los perros callejeros parecen respetar la inquietante quietud que lo invade todo durante esas casi dos horas que siguen al mediodía estival. A penas las hormigas cruzan por sus senderos, ni las moscas se atreven a volar por las zonas de solana. El sol insiste en quemar el barro seco de los últimos charcos y penetra con su ardor por entre las paredes descascarilladas y mohínas, que sufren la persistencia de un calor sofocante e inaguantable, de un calor tan intenso que hasta parece retorcer las vigas de los tejados con inquina, haciéndolas crujir, siendo ese el único ruido que estorba el sepulcral silencio del sesteo veraniego. La calesa de Joaquín no está muy limpia, pero no importa; es ya un poco tarde y hay que partir cuanto antes. Eulogio engancha el tiro, ata el caballo de refresco en la parte trasera del coche y quita el polvo de los asientos con una rodilla de lino vieja. Joaquín le dice que se dé prisa para salir cuanto antes, que puede retirar el caballo de refresco porque sólo van hasta el Pinar de Antequera. Suben por la calle de la Platería desde la Plaza de los Arces, donde vive Joaquín; pasan por la Plaza Mayor con dirección al Campo Grande. Atraviesan la ciudad y salen por el sur entre huertos y algunas casas desperdigadas. Los caballos traquetean con sus cascos al golpear sobre los adoquines de la calle. Joaquín se encuentra un tanto desaforado y con el gesto inusualmente serio. Eulogio, que lo conoce bien, ni tan siquiera osa dirigirle la palabra, a fin de no perturbarlo.
Me he sentado en el Café Florián de la Plaza de San Marcos, observando el vuelo de las palomas y dejando transcurrir plácidas imágenes por mi memoria. Asciende libre y misterioso el humo frágil del tabaco hasta perderse en el techo de bellos frescos de la sala de té... Se oyen unas sonrisas; conversaciones cadenciosas en cualquier lengua y yo aquí, sentado cerca de tus ojos, apreciándote en el agua, en el viento, en la sombra del sol. El aroma y la suavidad de la bruma me ayudan a recordar cuánto te quiero, me elevan por encima del suelo al caminar, mano con mano, sobre estos señeros canales venecianos. Cada gota de agua es distinta. Cada casa vetusta supone una situación inefable. Cada góndola es un sueño que espera no volver a repetirse por no acabar y ser eterno. Tú me miras, yo sonrío. Me regalas una caricia y nos recordamos. Somos un diávolo que juega con el pensamiento, mientras el humo acaricia las paredes a mi espalda y la tuya es mi deseo por fin hecho regalo cierto. Otras miradas desde el exeterior me recuerdan el anhelo de un largo paseo entre la palidez secular de estos palacios y la plácida mirada de tus ojos cada día más serenos.
No es fácil fingir entre los árboles si el viento roza sus hojas invernales y tristes, y la mirada del agua te espera en las esquinas.
Un charco sucio, una flor sin pétalos, una huida desesperanzada... y después de todo el recuerdo presente, el recuerdo lejano que se va difuminando, el recuerdo gris y opaco que termina por perderse.
Hoy sólo soy la silueta de una barca, una vela ardiendo sin apenas cera, un candil con la mecha desgastada.
Su luz empieza a oscurecerse entre las palabras, las líneas de tinta negra, me lo dijeron, no me interesaba estar sólo y me mentí.
¿Cuándo volveré a soñar como aquéllas noches, cuándo será de día tan temprano, cuándo me dolerán los oídos de mirarla, cuándo estaré aquí para perpetuar su imagen?
El día es demasiado obvio para acercarme a ti, la luz ciega las palabras que se dicen por la noche y hace que ahora se sienta vencido por las sombras.
Nos hemos acostado el uno con el otro, sale el sol y la penumbra nos define. ¿dónde están las manos lánguidas, los ojos sonrojados de llorar, las miradas indecisas y rutilantes?
Es el sol o es la nieve quien lo engaña todo, porque sin su presencia las sombras vencen, las sombras son palabras de tules dulces, son plegaria de noctámbulos.
En la palidez oculta de una tabla suspiro tu nombre (la pluma tétrica y asesina tacha un verso más... es de noche), el invierno deja su hálito en las ventanas... el vaho de sollozos hace méritos para volver.
Suena una campana lejana y muere un suspiro. Los árboles no crecen por la noche, sus voces se apagan y pierden sus últimas hojas...
Necesito que la hojarasca me deje correr.
Es de noche y las sombras me embriagan, lloro la soledad y busco otra vez tu mirada.
Es tiempo de perder ya no importa nada.
Es tiempo de perder. (No amanece) Y yo sigo aquí vencido por las sombras.
Se han cerrado las puertas, y no hay nidos, ni golondrinas revoloteando, sólo el olor a chatarra calles mojadas de muerte amarilla ¿De qué color es la muerte, cómo son sus pasos, dónde están hoy las hormigas?...
--ooOoo--
Cuando el cuerpo no es cuerpo sino trozos de carne mordida, mandíbulas sin dientes, brazos tronzados, y vientres sin estómago. Cuando a la muerte no se la llora y se la llama error, o sueño extraño, o fantasía sin dueño ¿Dónde está Dios? ¿dónde la vida? ¿para qué estos versos?
--ooOoo--
Cómo cuesta que avancen las páginas. Cómo cuesta que el tiempo te descubra y no te olvide. Es un tiempo lento y constante aunque a veces no todo lo insistente que debiera. El anhelo final de que alguien, aunque sólo sean tres o cuatro personas, lean lo que escribo. Lo que me escribo pero también lo que les escribo. Hay en mí semi-subconsciente creativo una voluntad de salir fuera de mí, que a veces se perpetúa hasta en el correo epistolar privado. Si bien cuando sale de mis dedos una carta tiene un destino y un fin concreto, un halo la recorre de posteridad, de perpetuación, de posible indiscreción fruto de los avatares y de los días, y pienso que alguien más la pueda leer. No sé si me importa o lo presiento, aunque no me guste. Tengo sueño. La voluntad de escribir persiste. Una novela que espera dentro de un cajón acabar de ser escrita. Los pies descalzos. La música suena entre toses y sonidos irreverentes. Yo aquí, manchando este cuaderno interminable, tratando de sentirme vivo, de decirme algo, de encontrarme a mí mismo, pero a la vez temeroso de describirme, de saber de verdad cómo soy. Puede ser que no me guste; y ya no tendrá remedio. Todo tiene remedio menos no gustarse a uno mismo y dejar de existir. Sueño con tantas sensaciones. Acuden a mi voluntad tantos deseos siquiera imposibles, que me confundo entre ellos y entre aquéllas. Pero, claro, ¿qué más os da ya?; si soy y es lo que importa. ¿Qué más da cómo sea? Lo importante es ser ¡Qué conformismo! Me conformo con ser. No me importa cómo. Soy y me vale. Soy y es extraordinario ¿Qué será de mí cuando ya no sea? Las nubes cubren la claridad de la tarde que toca a su ocaso. El viento apenas mueve las hojas verdes de la copa del almendro. Las rocas llenas de orificios y horadadas por el hielo son, pero no sienten. Mi mente siente porque es. Me duermo en un mar de ideas que no quieren fluir. Dejémoslas que duerman plácidamente el momento. Ya saldrán más adelante. Hoy no ha calentado el sol. Tampoco ha llovido. El aire ha peinado mi mirada. Hoy tengo sueño. Estoy cansado y tengo mis propios pensamientos. Escribo mientras pienso. No presto a penas atención a lo que estoy poniendo. Me centro en el pensamiento. Surje una sonrisa demasiado cercana para no ser cierta. Luego me entretendré leyendo esto. No quiero que estéis muertos, pero no puedo hacer ya nada por todos los que ya no son, por los que os habéis ido, por los que os han llevado sin sentido, sin merecerlo. Me doy envidia por no estar muerto. No depende de mí. Chirría la rueda tumbada de un triciclo calcinado. Un montón de yeso tapa su cara. El calor de la sangre se ha vuelto a secar. La rueda rota no para de rotar absurdamente sobre sí misma. El viento la mueve. El triciclo está roto. Su niño se ha muerto. Su cara la tapa el cemento. Sus ojos se han perdido. El pelo ardió hace rato. No huele a niño, ni a triciclo. Huele a muerto. Yo vivo. Yo soy. Yo escribo. El niño es carne desgarrada. El triciclo es una rueda que no para. Yo vivo; sí. Pero él ya se me ha muerto.
Conviene leer el poema escuchado la música que lo inspiró, cuyo primer movimiento está al final del mismo.
SINFONÍA PROMETIDA (Extracto)
(Poema basado en el Concierto para piano nº 2 de Sergei RAJMANINOF)
PRIMERA PARTE - Moderato.-
Derramo notas de piano por la mesa y el sonido de la orquesta me envuelve, me deja sin sentido y me recuerda a ti, sí, mecida por la lluvia.
Una y otra vez no dejo de llorar, de recordar tus senos leves, tu piel extensa, tus caderas de brillos inefables, tus ojos cerrados en mi cuerpo...
Luego llega y viene el silencio, que desaparece en una nube de nostalgia sonoras hecha melodía que me recorre los poros, que hace que la piel se me haga alma, o que el cuerpo se me meta tan dentro
que hasta desaparezca en el aire el sonido, culminando en un regalo a los ojos hecho de suaves tules y nardos de cera.
Las velas arden su luz en mis oídos, los ojos se cierran tras de tu voz silente, o tras tu caricia perdida tras tus ojos distantes y fríos.
Cómo me duele ahora la noche aquélla en la que nos amamos sin prisas, sin recuerdos, sin palabras inventadas, sin lunas llenas, hasta que las nubes fueron de oro.
Por fin ahora recuerdo que existe un arpegio, que el pentagrama está ahí, que la tinta huele mal, que el papel se ha roto con la lluvia, por las gotas de agua provocadas, inútilmente perdidas para siempre entre mis dedos que ahora manejas con tu olvido.
Las teclas del piano se hacen letras en mi memoria, convierten la música derramada en sinfonía hecha de poesía y de dolor.
Hoy que todo se ha roto y se ha perdido por fin te escribo esta sinfónica desdicha, esta promesa poéticamente musical de ser mi musa entretenida de ser mi ninfa de otros vientos, o quizá luna sin luz, o nube sin agua, o rosal sin hojas, pero dueña siempre de mi espera desesperada.
soledad.
Sueño que no llega, despertar constante de emociones sinceras que se hacen fuente sin agua, que se convierten en flores ya pasadas, hoy en un rincón oscuro del alma fría.
Vuelvo a sentir esa metamorfosis que convierte mis ojos en arena, que me hace sentir como una hormiga, insecto frágil que puedes destrozar con tu propósito más leve, que es casi tu deseo efímero y dócil como el tiempo, impotente y arrugado como paja seca pisada por el silencio de tu indiferencia, depreciado por tu más íntima soledad.
Soledad del camino solitario, soledad de la vereda recordada de la hierba perfumada sin tu olor del cauce profundo que se ha quedado sin río, mar frío sin su barco, por el tiempo y la distancia sentenciados, evocadora melodía sin sentido de las manos que se secan en el sarcófago de tu olvido
Soledad, compañera de la musa, que se ha hecho vieja y engreída cubierta de fiemo seco y tules viejos, ya sin dientes ni cabellos, sin uñas en los dedos retorcidos por el tiempo y la desdicha, musa anciana que se olvida de los loores y rapsodias imposibles, que camina torpemente, retenida por el tiempo que no pasa, sujeta al dios de la mentira evocando su hermosura ya acabada, sin brillo y luz en su camino o sin flores en la espada y sin claveles que luzcan a mi lado.
Cuanto más suena este scherzo más sueño con tu sombra derramada; cuanto más huelo mi cuerpo, más recuerdo tu ausencia tu calor de hembra perfumada. Cuanto más digo tu nombre más se me olvida el deseo de vivir en esta vida de soledades ya tan sola, de soledades toda muerta
Grande es el dolor y la distancia grande el velero que se hunde, lenta la calma de la hoguera que quema los sarmientos retenidos, que seca las hojas de la rosa roja de amores, siempre llena de pasión.
La tumba de este poema es la música que lo envuelve cada instante, que lo mata y lo amortaja, que lo embalsama y lo hace eterno, como eterno es el cadáver del Amor, momia de los suelos de la arena que nunca muere y siempre llega hasta los rincones donde hay muerte, hasta las guerras repentinas, hasta los días de lluvia impertinente en los que miras por tu ventana viendo cómo se te escapa el corazón, siendo dueña de la más azul de las montañas.
Mujer que retienes todo el tiempo como musa recogida por mis propias ilusiones, olvidando en tu silueta la mía sin sombras y sin mañana, huérfana de pretéritos sabores
El cielo se abre entre las nubes y es tu figura perfecta y femenina la que se antoja imposible ante mis ojos, que miran hacia ti sin verte y se cierran con dolor y entre sollozos para recordar que el sol existe aunque sea de noche y tú de hielo, aunque la luna no aparezca por el norte y no pueda pararme a contemplarla porque tu silencio es de color blanco.
Tú sabes que cada mes recojo el plenilunio y dejo en mi gozo que su luz tan repentina haga de mis ojos su locura porque loco estoy de este amor que se ha perdido, como la arena que el mar gana a la orilla, como el pez que crece y se hace ave surcado los mares por el cielo.
Un lento arpegio llega a mi cerebro hecho de notas agudas y sonoras, rompe mis ojos y los revienta en los suelos de paz y de frutales vencidos por el viento huracanado que en glaciares vespertinos muge como el toro de plata que no pace.
Prados de margaritas y amapolas a veces blancos en el rojo, rojo de violetas encarnadas, blanco de nardos perseguidos verde siempre sin esperanza que pintar.
Uncido está mi cuello a tu propósito de que sepa lo que puede suceder, y no soy profeta ni adivino, ni capaz de poderme imaginar el mañana cuando el hoy aun me duele.
Ungido me siento de pobreza y andrajoso de destinos rodeado, como para esbozar lágrimas de viento y mover mis dedos hasta el asco que proporciona tanto dolor en el costado doliéndome, como al poeta, hasta el aliento de manotazos duros en los huesos de golpes helados de dolor, de homicidas silencios y esperanzas de paginas asesinadas de nostalgia.
Unicornio alado inexistente que vara brisas por el tiempo, varado en playas solitarias secas las crines por el viento rota la cola de los mares por cuevas de flujos perseguido.
Algo en mí se está muriendo con este trueno abrasador que me estremece, con este fuego de desdicha que me habla de horas sin dolor, horas perdidas, de días ya pasados que se hacen sueño, de pájaros perdidos, de cánticos olvidados, de gentes sin pueblos conocidos, de pueblos que son luz en las paredes del calor del verano que me agota como el dolor de perder tantas estancias que no pudieron ser nunca recorridas; tanta música recogida en estas manos tantas gotas de agua evaporadas.
Cuesta saber que esto se acaba cuando antes de empezar a ser promesa fue el fin de una idea peregrina lanzada al azar como sin tiento.
Tu voz que me habla de traiciones, mis labios que sólo han sido tuyos, un día y otro en que te pienso, sin llegar a alcanzar esa amargura de saber por qué soy cuando no existo, por que existo en la desdicha tan constante; por qué los ojos no me lloran desde dentro, si no sé de traiciones ni de desdichas, si soy la desdicha hecha traición, y busco en las traiciones mis desdichas.
Me siento hueco de propósitos vacío de voluntades y respuestas, como puesto por los dioses para nada, esperando que la orilla se haga grande y me alcance el agua hasta los hombros y me sumerja en ella lentamente, ahogándome en la pena que me tiene que me hace suyo y me destroza.
A veces el día nos engaña con sus luces cálidas e intensas, pero sabe de corazones que no laten de rosas que se ajan y se secan de espíritus que vagan solitarios sin un lugar donde yacer eternamente.
Reza por mí que yo no sé, que a mi los salmos no me valen, ni recuerdo ya vespertinas ni se de laudes, ni completas, sino sólo de la música y del tiempo que traspasa como el obús en la guerra esta pared hecha de tu voz y tus lamentos, armada de mi voluntad por ti perdida, a punto de saltar en mil pedazos y así dejar de ser yo mismo para siempre pasando por voluntad de tu magia y encantos a de ser escombro que arrojar hacia el destino.
Guardo en mi ropa la nostalgia que me produce la amistad entrecortada de besos hecha, tan firmemente regalada; de caricias traicionada y pretendida, de luces que se apagan día a día, hasta que la vela, por la noche, se consuma ineludible y fugazmente cual tus labios en mi boca han consumido para siempre los besos que tuve que esperar y no llegaron.
Aprendo a ser de piedra muy despacio y me rindo al viento y a la lluvia, erosionado de ilusiones fracasadas; por eso soy polvo del camino ya pisado, arena en otras playas peregrinas, humus que entierra a los difuntos, poeta o músico sin sentido, roto de amor y de amor sufriendo estéril de sentimientos y a la vez tan sin sentido que sin amor sigo así de enamorado.